jueves, 30 de enero de 2014

blue leaves

Observar los brotes. 
Ponerles nombre, regarlos.
Contener el impulso de arrancarlos poco a poco, 
como las costras cuando están cicatrizando y empiezan a picar.
Ignorarlos y luego arrepentirse al verlos languidecer.
Soñar que crecen como bosques frondosos,
que se convierten en alas.



                                            ilustración de Stasia Burrington

viernes, 10 de enero de 2014

la brújula

Me di cuenta de que me había dormido al escuchar la voz metalizada anunciando la última parada.  Bajé del vagón como sonámbula.  Recorrí pasillos, subí escaleras, salí al calor de la noche.  Imposible saber dónde estaba.  Imposible regresar.  Aquel era el último tren.
Las calles desiertas.  Al final, una luz.  Ojalá un café.
Mis tacones resonaron sobre el empedrado y el silencio.  Una puerta de cristal esmerilado se abrió a un cúmulo de objetos extraños y polvorientos que parecían abandonados a su suerte en la tienda de antigüedades.  Curioseé aquí y allá: libros manuscritos, una tetera desportillada,  un esqueleto amarillento, una mano de bronce.  Detrás de mí, un carraspeo.  Una anciana larga y altiva inclinó hacia mí su monóculo y preguntó: 
-¿Puedo ayudarla?
- Me he perdido.
- Tengo una brújula, si lo desea.  Una brújula que nunca señala el norte.
Era cara, pero me pareció perfecta.  Vagué por el barrio el resto de la noche, jugando a extraviarme y a encontrarme.  Cuando amaneció tomé el primer tren a la ciudad.  Un avión me llevó de vuelta a casa.

Desde entonces viajo siempre con la brújula en el bolsillo.  La consulto por curiosidad,  sin variar el rumbo.  Sólo para estar segura de que he perdido el norte.

il. de Alessandro Gotardo

miércoles, 1 de enero de 2014

agujeros en el jardín

Cuenta la leyenda familiar que mi tatarabuelo Martín, rebelde y de buena familia, renunció a su herencia para casarse con una campesina pobre.  Llegado el momento, decidió aceptar las monedas de oro y las escondió en el jardín de su nueva casa en la aldea El Caleyu.

En su lecho de muerte, Martín le contó a su nieta favorita su secreto.  Ella, mi abuela Chata, pasó su infancia cavando agujeros en el jardín, buscando el tesoro que le permitiría marcharse lejos, a conocer mundo.
Nunca lo encontró.  No sé en qué momento dejó de buscarlo bajo tierra.

Me pregunto si mi tatarabuelo llegó a enterrar su herencia o si la gastó en un momento de necesidad.  En realidad, no importa.  Fue lo suficientemente valiente para oponerse a la voluntad de su familia y tomar sus propias decisiones. Eso fue lo que le regaló a mi abuela junto a la maravillosa oportunidad de descubrir un tesoro.  Ella creció soñando con una vida distinta, creyéndola posible, y nunca perdió la esperanza.

Mi legado fue igual de valioso: la fuerza para cavar agujeros, la esperanza de hallar un tesoro, la valentía para construir mi propia vida y la posibilidad de conocer mundo.

Estos son los agujeros en mi jardín.