Observar los brotes.
Ponerles nombre, regarlos.
Contener el impulso de arrancarlos poco a poco,
como las costras cuando están cicatrizando y empiezan a picar.
Ignorarlos y luego arrepentirse al verlos languidecer.
Soñar que crecen como bosques frondosos,
que se convierten en alas.
ilustración de Stasia Burrington
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